Si no es social no es inteligente. Si no es inteligente no es social

Cada día que pasa la ola de digitalización transforma el mundo más rápida y profundamente. Nada en el paisaje de las actividades humanas va a ser como lo hemos conocido cuando nacimos. Las generaciones actualmente vivas somos simultáneamente fósiles vivientes y bisagras de un escenario inédito en la historia. Somos protagonistas, víctimas y beneficiarias del cambio más disruptivo y a la vez más fascinante de la humanidad.

Específicamente las actividades económicas productivas, las que generan la base de riqueza y  prosperidad están mutando todas  ellas de forma espectacular. El cambio tecnológico es un vector de automatización, conectividad e inteligencia que impregna y transforma la cadena de valor de todos los verticales (no sólo la industria) a una velocidad brutalmente creciente. Esta aceleración compromete  la obsolescencia o la renovación y adaptación  del conjunto del tejido económico hacia un modelo económico infinitamente más productivo y eficiente.

Pero  el impacto que tiene el cambio tecnológico sobre las empresas automáticamente se traduce en un impacto social de una envergadura colosal sobre el empleo, los ingresos, el bienestar y protección social. En esta ocasión las victimas no son solo las personas con menor cualificación profesional, sino que va a afectar a capas profesionales cualificadas, personas con altas responsabilidades  e implicadas en tomas de decisión en diferentes procesos. Clases trabajadoras y clases medias, e incluso medias-altas. Y no se trata sólo de pérdida de capacidad adquisitiva, desacoplamiento entre productividad y empleo, precariedad laboral, o desigualdad social creciente. Los empleos en virtud de los cuales ocupan su posición social van a desaparecer para siempre. A la espera de generar nueva actividad económica, el actual sistema productivo en su conjunto  está mutando y lo previsible es que mute también su estratificación social.

El impacto social que va a tener este periodo transitorio, desde una sociedad industrial a una sociedad digital, va a ser muy superior al que tuvo la emergencia de aquella. Es comprensible por tanto que el vértigo se apodere de mucha gente. Y esto explica también los inquietantes fenómenos sociológicos y políticos que se extienden a nivel internacional.

Esta es la paradoja a la que nos enfrentamos: Si no reinventamos y digitalizamos nuestro tejido económico,  nuestra fuente de generación de riqueza se secará rápidamente. Y si lo hacemos nos arriesgamos a expulsar del mercado laboral actual a millones de personas.

Abordar esa paradoja, ese dilema, sólo puede hacerse desde la consciencia y la responsabilidad de estar ante un reto de dimensiones históricas: Gestionar el fin de un sistema (el industrial) y la emergencia hegemónica de otro (el digital) requiere de la consciencia de que ni el futuro está definido a priori, ni la tecnología es el problema.

Más allá de lecturas tecnoutópicas o de distopías sociales , el futuro y el modelo de sociedad digital al que nos dirigimos no depende de la tecnología, sino de nosotros mismos. De lo que hagamos y de lo que no hagamos, todos y ahora. Recordemos que el ludismo y el neoludismo no fueron realmente posiciones antitecnológicas sino, en el fondo, expresiones de un enfrentamiento de clases sociales luchando por sus intereses.

Los beneficios, indudables, de la Sociedad inteligente y conectada, no pueden ser sólo para unos pocos afortunados.  Sería muy poco inteligente remendar una y otra vez las costuras de un sistema político y de organización social paralítico y anclado en el pasado, obsoleto y perplejo ante el nacimiento de la nueva civilización. Pero es precisamente esa lentitud y falta de reacción política la que está profundizando el sentimiento de abandono  de mucha gente. Y la que abona la búsqueda de soluciones y esperanzas en las banderas más peligrosas e irresponsables, que sólo llevan al desastre.

El estado del bienestar supuso una conquista y un pacto social que (tras una montaña de sufrimiento) amparó un reparto más justo de la riqueza definió reglas de juego y garantizó derechos sociales mínimos en la Era industrial. A pesar de sus limitaciones, representó la organización politico-social y económica más avanzada y envidiada de la historia. De la misma manera, ahora, en plena irrupción de la Era digital, necesitamos construir con urgencia una nueva arquitectura politico-social, contemporánea y equivalente a aquella,  que embride y proporcione complicidad social a la nueva economía digital. Sería un error trágico no aprender de la historia que la Era digital  no será inteligente si no es social.

Y eso sólo podrá venir de la innovación política. Una innovación que hoy brilla por su ausencia, desgraciadamente. En un escenario de cambio global disruptivo, en el que la innovación permanente es el paradigma que transforma todos los sectores económicos, profesionales y educativos,  de los medios, la banca, la educación, la industria, la agricultura, el entretenimiento, la cultura,…la política, con muy pocas excepciones, no parece tener la tensión necesaria para cambiarse a sí misma. Ni la actitud  para acompasar esta transición que gestione el fin de un sistema (sociedad industrial) y regular la emergencia y hegemonía del nuevo (sociedad digital).

Pero ¡ojo!, la política no es sinónimo de políticos en activo, ni de partidos políticos (aunque también evidentemente). No tiremos balones fuera. La política, no lo olvidemos,  somos todos: Ciudadanos, instituciones, partidos, organizaciones sindicales y empresariales, sociedad civil organizada,…¿Qué hacemos inyectando sentido de urgencia a los empresarios para abordar la transición digital y la industria 4.0, si no hacemos lo propio con nuestros partidos y sindicatos, con nuestros colegios profesionales, con nuestras instituciones educativas, con…nosotros mismos en tanto que ciudadanos? La industria 4.0 necesita una sociedad 4.0. Porque no es la tecnología quien debe ser social e inteligente sino nosotros.

En términos generales permanecemos sin cambios en ese enquistamiento del pensamiento, con lógicas, ideologías, propuestas y perspectivas obsoletas y oxidadas del pasado industrial. Dilatar lo moribundo y retrasar lo emergente no es muy inteligente y a la postre será muy poco social. Es urgente abandonar planteamientos, y tics culturales e ideológicos propios de una Era industrial que no va a volver. Necesitamos orientarnos a construir futuro y resetear nuestros corpus político-ideológicos. No para negar ni rehuir los problemas o los conflictos de intereses, sino para repensarlos y abordarlos desde la contemporaneidad, desde la imaginación y la audacia, con inteligencia social e innovación política.

«La Era está pariendo un corazón, no puede más, se muere de dolor,…» nos cantaba allá por 1978 Silvio Rodriguez,  haciéndonos vibrar y llorar de emoción con una letra que es más actual que nunca.
Mantener y priorizar la empatía,  la solidaridad y el compromiso con los que salen expulsados del sistema sigue siendo absolutamente necesario… pero insuficiente. La Era digital, no será social si no es inteligente.

Autor: Mikel Arbeloa

Abrumado por la aceleración del cambio, preocupado por sus enormes riesgos, pero esperanzado, e ilusionado, por las posibilidades que entraña para la humanización progresiva del más salvaje de los primates.

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